Si el visitante desea conocer los pueblos de la zona debe empezar por conocer los que se sitúan en el encantador e íntimo valle alcarreño de San Andrés en el que nos encontramos: Romanones primero, con recuerdos de antigüedad romana como su propio nombre proclama; Irueste, de agradable visión en cuesta; y, ya casi en la altura de la meseta, San Andrés del Rey, con su templo de raíces románicas.
En el cercano valle del río Tajuña podemos admirar los pueblos de Archilla y Romancos, en el que destaca su iglesia de portadas de aire gótico, de grandes capiteles y oscuras gollerías talladas; merece la pena hacer una parada en Tomellosa, en la que luce su plaza mayor y el Ayuntamiento de tradicional estructura soportalada, más la iglesia paroquial con arquitectura renacentista y retablo de la época; y, Balconete, que ofrece su larga calle mayor retorcida y cuajada de edificios típicos, a los que se añade el templo parroquial, ocupado el muro final de su presbiterio con un espectacular retablo de pinturas, del siglo XVI, y una capilla dedicada a la Inmaculada con una estupenda talla de la titular. Al final del pueblo está la picota que proclama su título y capacidad de villazgo: es gótica y de las mejores de la Alcarria. Ya en la altura Valfermoso, con unos interesantes restos históricos – en especial el aljibe árabe – y espectaculares vistas del valle.
En dirección norte, una vez que el visitante llega a Brihuega podrá comprobar porque es conocida como “el jardín de la Alcarria”. La luz del valle, que es intensamente verde en primavera y dorado al cabo del verano, permanece todo el año, y en el otoño tiene encendidas las velas de sus choperas, dejando en el invierno que la ceniza de tanto fuego se estremezca en las heladas madrugadas de neblina. La decidida belleza de la Alcarria se condensa en este lugar, en esta villa a la que también llaman «la roca del Tajuña» por estar asentada sobre la gran peña bermeja que la hizo fuerte y señora. El significado de su nombre, Brioca en las crónicas antiguas, es el de «peña fuerte», lugar fortificado. Ese fue su sentido estratégico desde que la poblaron los iberos muchos siglos antes de Cristo. También los romanos hicieron en ella población, y los árabes alzaron ya su castillo, siendo territorio predilecto del rey taifa de Toledo, al-Mamún. La conquista por las armas cristianas se produce en la ofensiva general de 1085 cuando Alfonso VI conquista Toledo y toda la cuenca del Tajo. Es donada enseguida en señorío a los obispos de Toledo, que aquí ponen no solo su autoridad, sino gran interés en hacer crecer la población, para acompañar a su gran castillo de residencia temporal generalmente veraniega. La villa de Brihuega conoce un gran desarrollo durante la plena Edad Media, sus ferias centran la economía de la comarca, y se despliega la enorme muralla que salvaguarda esa riqueza y la hace indiscutiblemente preeminente entre todas las aldeas del contorno. Los obispos no dejaron de ayudar al burgo, levantando iglesias y promocionando industrias para dar ocupación a los pobladores. En el siglo XVI hay un cambio temporal de señorío, que vuelve a la Corona, y en el siglo XVIII, tras haber sufrido un duro asedio en la Guerra de Sucesión, y ver entrar victorioso dentro de sus muros al rey Felipe V, el primer Borbón en España, se levanta la Fábrica de Paños que la daría fama durante siglos, y sobre todo de comer a sus habitantes. En Brihuega hoy queda solo el resplandor de aquellos siglos, y una oferta turística que permite pasar el día recorriendo sus calles cuestudas, admirando sus monumentos religiosos y civiles, y mirando el valle del Tajuña desde Santa María, asombrándose de la luz que derrocha el paisaje. Aunque no es lo primero que el viajero ve, en Brihuega deben admirarse sus murallas, muy bien restauradas, y algunas de las puertas que las atravesaban, como la de la Cadena, que da frente al parque umbroso de María Cristina, y la de Cozagón, por donde se entraba cuando los viajeros venían de Toledo, y que junto a la plaza de toros muestra su estructura medieval de arcos elevados dando paso a un espacio cerrado por muros.Haz clic aquí para modificar.
En el cercano valle del río Tajuña podemos admirar los pueblos de Archilla y Romancos, en el que destaca su iglesia de portadas de aire gótico, de grandes capiteles y oscuras gollerías talladas; merece la pena hacer una parada en Tomellosa, en la que luce su plaza mayor y el Ayuntamiento de tradicional estructura soportalada, más la iglesia paroquial con arquitectura renacentista y retablo de la época; y, Balconete, que ofrece su larga calle mayor retorcida y cuajada de edificios típicos, a los que se añade el templo parroquial, ocupado el muro final de su presbiterio con un espectacular retablo de pinturas, del siglo XVI, y una capilla dedicada a la Inmaculada con una estupenda talla de la titular. Al final del pueblo está la picota que proclama su título y capacidad de villazgo: es gótica y de las mejores de la Alcarria. Ya en la altura Valfermoso, con unos interesantes restos históricos – en especial el aljibe árabe – y espectaculares vistas del valle.
En dirección norte, una vez que el visitante llega a Brihuega podrá comprobar porque es conocida como “el jardín de la Alcarria”. La luz del valle, que es intensamente verde en primavera y dorado al cabo del verano, permanece todo el año, y en el otoño tiene encendidas las velas de sus choperas, dejando en el invierno que la ceniza de tanto fuego se estremezca en las heladas madrugadas de neblina. La decidida belleza de la Alcarria se condensa en este lugar, en esta villa a la que también llaman «la roca del Tajuña» por estar asentada sobre la gran peña bermeja que la hizo fuerte y señora. El significado de su nombre, Brioca en las crónicas antiguas, es el de «peña fuerte», lugar fortificado. Ese fue su sentido estratégico desde que la poblaron los iberos muchos siglos antes de Cristo. También los romanos hicieron en ella población, y los árabes alzaron ya su castillo, siendo territorio predilecto del rey taifa de Toledo, al-Mamún. La conquista por las armas cristianas se produce en la ofensiva general de 1085 cuando Alfonso VI conquista Toledo y toda la cuenca del Tajo. Es donada enseguida en señorío a los obispos de Toledo, que aquí ponen no solo su autoridad, sino gran interés en hacer crecer la población, para acompañar a su gran castillo de residencia temporal generalmente veraniega. La villa de Brihuega conoce un gran desarrollo durante la plena Edad Media, sus ferias centran la economía de la comarca, y se despliega la enorme muralla que salvaguarda esa riqueza y la hace indiscutiblemente preeminente entre todas las aldeas del contorno. Los obispos no dejaron de ayudar al burgo, levantando iglesias y promocionando industrias para dar ocupación a los pobladores. En el siglo XVI hay un cambio temporal de señorío, que vuelve a la Corona, y en el siglo XVIII, tras haber sufrido un duro asedio en la Guerra de Sucesión, y ver entrar victorioso dentro de sus muros al rey Felipe V, el primer Borbón en España, se levanta la Fábrica de Paños que la daría fama durante siglos, y sobre todo de comer a sus habitantes. En Brihuega hoy queda solo el resplandor de aquellos siglos, y una oferta turística que permite pasar el día recorriendo sus calles cuestudas, admirando sus monumentos religiosos y civiles, y mirando el valle del Tajuña desde Santa María, asombrándose de la luz que derrocha el paisaje. Aunque no es lo primero que el viajero ve, en Brihuega deben admirarse sus murallas, muy bien restauradas, y algunas de las puertas que las atravesaban, como la de la Cadena, que da frente al parque umbroso de María Cristina, y la de Cozagón, por donde se entraba cuando los viajeros venían de Toledo, y que junto a la plaza de toros muestra su estructura medieval de arcos elevados dando paso a un espacio cerrado por muros.Haz clic aquí para modificar.